14 jun 2007

CALLE CORRIENTES




Ella es la dueña de todas las miradas, la razón de tanto revuelo y el desvelo de sus transeúntes; de tantas historias que duermen en sus carteles, en sus rincones, en sus secretos pasajes y en sus cafés, podría escribirse el manual típico de la vida porteña. Transitar su ruta es caminar el olvido, la desazón o la nostalgia de un tango reñido; puede ser eso o todo lo contrario: puede ser luz de farola, Giralda, 2x4, teatro, cine, cyber o cabaret, y sigue siendo la misma. Sospecho que el tiempo jamás pasó (ni posó) para ella, adecuando a su historia el mito de la eternidad: la noche agitada que se repite al unísono pasados los años, las vidas, los personajes, las muertes y las anécdotas faranduleras. La camino como si nada, la circundo entre sus fantasmas, sus logos, sus misterios y sus letreros, entre las luces fosforescentes y las modas extravagantes, entre los flashes incandescentes que iluminan su grandilocuente fachada, y la presiento mía desde un principio, como si fuese parte de un todo que se repite (y me repite), a lo largo de un viaje a lo insulso de nuestra existencia. Sus frívolas sendas, sus ardientes licores, sus ignotos amores y sus añejos sabores nos llevan al epicentro y luego al desemboque de nuestras desdichas: el Bajo, allí donde el río siempre supo de plata, de aduana o de corrupción, allí donde nos reconocemos como tales, y nos dejamos seducir, en la afluencia de sus vicisitudes, al influjo de su hipnótica apariencia. No en vano te llaman calle, Corrientes, cuando siempre has sido avenida.